Creo que sería
millonario, si hubiese juntado el dinero, en vez de haberlo gastado en pelotas
de fútbol. Cuantas murieron pinchadas en las rejas; algunas se secaron arriba
de los techos; otras fallecieron aplastadas por las micros amarillos, muchas
acabaron mordidas por perros o simplemente terminaron jubiladas por invalidez. Aquellas
que resistieron las inclemencias de niños furibundos jugando a los supercampeones, hoy yacen desinfladas en algún rincón del patio, esperando volver a
tener el protagonismo de antaño.
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