Saliendo
por los metales, me encontré con el maikel: ese hueon po', el bailarín que era
negro.
En plena esquina veía él un engorroso aviso de casas en venta. Al verme se sacó sus lentes de brillantes y me dijo que buscaba un lugar donde vivir. Yo le indique que el barrio es lindo, pero no será de su gusto.
En plena esquina veía él un engorroso aviso de casas en venta. Al verme se sacó sus lentes de brillantes y me dijo que buscaba un lugar donde vivir. Yo le indique que el barrio es lindo, pero no será de su gusto.
-¿Por
qué?, dijo.
-Es que no quedan niños, dije. (salvo los que te asaltan, pero ese es otro cuento).
-Es que no quedan niños, dije. (salvo los que te asaltan, pero ese es otro cuento).
-No quedan niños- repetí. Están crecidos todos. Aquellos que antes
abarrotábamos el “gotita de gente”, “el sol y luna” o “el lobito feroz”; hoy
abarrotamos “la marchela”, “las tres s” o “el aliro”.
Luego de un largo silencio. Me miró con desilusión. tomó sus maletas. hizo
parar un taxi y subió caminando hacia atrás.