En una de mis caminatas absurdas por el hostil Santiago, me acerque de forma muy inocente a un “pañero” que tenía una serie de libros dispuestos al casual caminante. Luego de mirar por un instante la variedad propuesta, sin encontrar algún ejemplar atractivo; una pregunta afloro de mis labios de forma casi involuntaria: ¿Tiene algo de poesía? el vendedor (por ponerle un oficio), me miro de pies a cabeza y me dijo, “no vieja, no traigo poesía porque nadie la pesca, esto es lo que se vende papi, el ber selle”. Sin despedirme salí caminando con paso rápido, sintiéndome un bicho raro, un desadaptado, un anticuado. La lid sobre la poesía se prolongó en mi cabeza, por casi dos cuadras de desolada incertidumbre. No fue sino cuando cruce por el frente de la ferretería O’Higgins, que una iluminación en mi mente acallo las voces de vergüenza y culpa, seguramente aquella ferretería, alberga aun el espíritu del poeta “pequeño dios”, que habito y escribió entres sus paredes, él cual me saco de mi letargo mental y me trajo de vuelta al mundo de la belleza y la creación. La iluminación espiritual del creacionista, hizo que la única pregunta que rondara en mi cabeza, suprimiendo a las demás fuese: ¿Qué sería de nosotros sin la poesía?, que sería de nuestra existencia si todo estuviese regido a la prosa, al discurso de farándula, al ahorro de palabras y la coprolalia. Podríamos acaso vivir sin leer alguna copla a la muerte de su padre, de Rafael rubio, sentir ese goce del lenguaje dibujado a través de la métrica y belleza de las palabras; me pregunto yo, cómo podemos pasar por alto aquel hermoso epitafio escrito por Rafael en luz rabiosa, cómo no leer aquel poema “trigales”, epifanía de la belleza estética, la cercanía con la naturaleza y el goce de la vida sencilla. Me pregunto yo, acaso podemos dejar de lado el oscuro voyerismo de leer a Bertoni sentado en la micro, mirando a la joven que nos antecede en el asiento. O seguir a Claudio algún día, sólo para oírlo piropear a las “minas” que pasan. La poesía de Bertoni nos acerca al paroxismo sin límite, nos impulsa y erecta los más oscuros deseos, quién más que Claudio puede hablar de su vecina como nos gustaría hacerlo, quién más que él puede versar de un “poto” de forma tan hermosa y elegante.Me recontra pregunto yo, qué sería de nosotros sin esa poderosa curiosidad, de saber ¿Dónde se encuentra Erick Pohlhammer?, escondido en su reducido espacio mirando y riendo con cada persona que pasa, hablando de todo y de nada, festejando un cuerpo que pasa o pensando en la claridad del alma. Escribiendo en algún café de Banjul o mirando por la ventada de un departamento en Santiago. No quiero pensar que pasaría si no existiesen estos y otros poetas nacionales. Que sería de nosotros los mortales, sin estos afables personajes que nos hacen reír y llorar, que nos devuelven hacia nuestro interior y se acurrucan en el rincón más recóndito del alma, esperando a ser invocados, para llenar de palabras este espacio frívolo e insensible llamado Chile.
miércoles, 26 de agosto de 2009
sábado, 1 de agosto de 2009
Como vencer a la muerte
Desde que la historia es historia, el hombre se ha planteado como un ser finito, que sucumbió ante la naturaleza, la espada y la bala, Que muere sin importar estrato social, poder político o nivel de conocimiento. La muerte como igualadora es una constante en el andar por esta vida, ya seas Pérez o Lisperger, todos sol polvo y a polvo vuelven. La ciencia ha tratado de buscar siempre el elemento genético o evolutivo, de la eterna juventud, de la vida eterna, e incluso mas tribal aun, la vacuna para tal o cual enfermedad; a su vez la literatura también se ha obsesionado con esta situación, recordemos al querido doctor Frankenstein, y su obsesión por revivir un cuerpo inerte, hecho de pedazos de muertos. El éxito del doctor sin duda fue mayor a la de la ciencia moderna y contemporánea, el afable doctor logró revivir la carne muerta y darle una vitalidad digna del más vivo de los vivos. Esta paradoja ubica a la literatura y más propiamente a la palabra, como la disciplina que logro vencer la muerte. Recordado es el apreciado Dante, quien seducido por el aroma del amor, desafía las profundidades del Hades, guiado por Virgilio, y se interna en los dominios del enemigo arquetípico del hombre.
En chile la sabiduría popular, ha tratado el tema desde tiempos inmensurables. Fue a raíz de una vieja leyenda que me contó mi abuela, que me doy cuenta hoy cual es la única forma de vencer a la muerte. La leyenda se llama “el roto que engaño al diablo”. La cual narro a continuación:
En la anterior leyenda, nos reencontramos con el lenguaje y su importancia, con la palabra como piedra angular de la existencia, como la verdadera fuente de juventud eterna. Existe un enemigo arquetípico, el demonio, del cual la muerte es solo un aspecto. ¿Cómo vencer a aquella, del cual ni siquiera el valiente Aquiles o el fuerte Hércules, pudieron escapar?
La respuesta de la interrogante nos sugiere un solo camino: LA PALABRA. La cual es capaz de perdurar en el tiempo, capaz de sobrevivir a guerras y dictadores, a apocalipsis y diluvios, a inquisiciones y censuras. Vivimos en y por la palabra, bebemos de su manantial sagrado y nos regocijamos en su lecho de razón y claridad.
Es la palabra la única forma de vencer la muerte, aquel del cual se escribe, se queda latiendo en esta vida. La real inmortalidad, esta fijada por la trascendencia de su pluma, de su retorica, de su palabra. La única fuente de la juventud esta en nosotros, nos sostiene, nos comunica; y nosotros con nuestra soberbia infame, la descomponemos, la destruimos, la basureamos; pecamos en Leer con lejanía a los clásicos, por considéralos “anticuados” en su lenguaje. Nuestra palabra inconsistente, que surge de la mala pronunciación o la coprolalia, no trascenderá, será vencida por el diablo, y Terminaremos así nuestros días sumidos en el infierno del mal uso y las palabras corrompidas, sin saber que decir para quedar libres del tormento.
En chile la sabiduría popular, ha tratado el tema desde tiempos inmensurables. Fue a raíz de una vieja leyenda que me contó mi abuela, que me doy cuenta hoy cual es la única forma de vencer a la muerte. La leyenda se llama “el roto que engaño al diablo”. La cual narro a continuación:
Cierta vez, en un bosque de Chile, un roto chileno, necesitaba con urgencia dinero. Al no tener ningún peso, se le ocurrió la peligrosa idea de hacer un pacto con el diablo. Se dirigió al lugar más espeso del bosque e invocó al mismísimo diablo. Al instante se presenta la sombra de aquel al cual todos temen. -¿Quién es el que me ha invocado?- el roto al verlo se asustó un poco y dijo: -Yo fui don diablo- -¿Y que quieres? respondió éste - Quiero hacer un pacto contigo, venderte mi alma a cambio de mucho oro - Me parece interesante la oferta... ¿cuándo quieres que te lleve? - Mañana mismo- dijo el roto- Las personas que me venden su alma piden años antes de que los venga a buscar y tú me pides que te lleve mañana mismo. Bueno -dijo el diablo- entonces cuanto oro quieres... - la mitad de tus riquezas- Está bien te las concederé. El roto antes de cerrar el trato le dijo al diablo que tenía que firmarle un papel donde dijera lo pactado, para lo que el diablo aceptó sin problemas. El mismo roto fue el que escribió el papel, el cual decía: \"Bartolo Lara, No Te Llevaré Hoy, Pero Sí Te Llevo Mañana\". Firmado en sangre, ambos se fueron del lugar. El Roto Chileno apareció esa noche en el pueblo enfundado en un traje de salón impecable, espuelas de oro, caballo de finura increíble, vino a destajo, mujeres. etc. Al día siguiente el diablo se presenta ante él y le dice que lo viene a buscar para llevárselo, el roto le pregunta ¿estás seguro que es hoy?- Mira lee nuevamente el papel que firmaste ayer y dime si no estoy mintiendo-, el diablo indignado leyó el papel que decía: \"Bartolo Lara, No Te Llevare Hoy, Pero Si Te Llevo Mañana\". Así continuo el diablo llegando todos los días a leer el papel que el mismo firmó,
sin conseguir su parte del trato. Aun hoy se puede oír en las profundidades del bosque al diablo rugir por aquel roto que lo engaño de forma tan ingeniosa.
En la anterior leyenda, nos reencontramos con el lenguaje y su importancia, con la palabra como piedra angular de la existencia, como la verdadera fuente de juventud eterna. Existe un enemigo arquetípico, el demonio, del cual la muerte es solo un aspecto. ¿Cómo vencer a aquella, del cual ni siquiera el valiente Aquiles o el fuerte Hércules, pudieron escapar?
La respuesta de la interrogante nos sugiere un solo camino: LA PALABRA. La cual es capaz de perdurar en el tiempo, capaz de sobrevivir a guerras y dictadores, a apocalipsis y diluvios, a inquisiciones y censuras. Vivimos en y por la palabra, bebemos de su manantial sagrado y nos regocijamos en su lecho de razón y claridad.
Es la palabra la única forma de vencer la muerte, aquel del cual se escribe, se queda latiendo en esta vida. La real inmortalidad, esta fijada por la trascendencia de su pluma, de su retorica, de su palabra. La única fuente de la juventud esta en nosotros, nos sostiene, nos comunica; y nosotros con nuestra soberbia infame, la descomponemos, la destruimos, la basureamos; pecamos en Leer con lejanía a los clásicos, por considéralos “anticuados” en su lenguaje. Nuestra palabra inconsistente, que surge de la mala pronunciación o la coprolalia, no trascenderá, será vencida por el diablo, y Terminaremos así nuestros días sumidos en el infierno del mal uso y las palabras corrompidas, sin saber que decir para quedar libres del tormento.
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